Durante varias décadas, la aspirina ha desempeñado un papel clave en el tratamiento de las enfermedades cardiovasculares. Si bien su eficacia en la prevención secundaria —es decir, después de un infarto, un accidente cerebrovascular (ACV) u otra complicación vascular— está bien demostrada, su uso en la prevención primaria, en individuos sin antecedentes, sigue siendo controvertido.
Esta dualidad plantea interrogantes importantes sobre los beneficios y riesgos de la aspirina, particularmente en lo que respecta al delicado equilibrio entre la protección cardiovascular que ofrece y las posibles complicaciones, como las hemorragias.